Tito Tricot

Yo prefiero el Caos a esta realidad tan Charcha (Redolés)

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La Traición de la Clase Política durante el Estallido Social ¿Repetición de la Historia?

El Wenu Mapu mapuche –que sería similar a lo que nombramos como cielo– es igual a la Tierra de abajo, pero no es la Tierra wingka. Tampoco es el cielo de los que creen en Dios, sino que es otra dimensión cósmica, por eso si Dios existiera todo daría igual. Es más bien mirarse a un espejo, acaso un juego de espejos, uno dentro de otro, una historia dentro de otra, ciclos que se repiten infinitamente. Filamentos de una galaxia ancestral que se nutren de otras galaxias para continuar existiendo. Es la memoria en movimiento, la naturaleza en movimiento, la cultura en movimiento, la historia en movimiento. Que parece que se iteraran pero, en realidad, no lo sabemos ¿O sí?

Coexisten dos preguntas cruciales para comprender lo que sucede en el Chile actual: Primero: ¿Se ha repetido la historia? Y, segundo, si así fuese ¿Era inevitable?

Si la respuesta a ambas interrogantes es afirmativa significa que la historia misma es un eterno carrusel, con caballos azabache de melenas doradas que dan vueltas interminables pero siempre por el mismo camino. No se desvían jamás, no saben cómo; pasivos son, simples observadores de su propio andar.  Vueltas y vueltas, círculos y más círculos sin querer detenerse o tal vez sin poder hacerlo porque es simplemente su esencia, la forma de ser de la historia. Sin grandes sorpresas, pues incluso cuando las hay, cuando el carrusel se descarrila producto de temblores o acaso ingentes sismos, revoluciones, alzamientos, rebeliones, estallidos sociales, éste pronto –sean años o décadas – volvería a retomar su curso para continuar girando incansablemente. Si en esto consiste la fatalidad de la historia, entonces el ser humano sobra en la vida en tanto sujeto de cambio, ya que el objetivo de su existencia sería la de ser mero espectador del devenir histórico del cual no es parte. Sería expulsado al mundo como individuo sin capacidad de razonar y, menos aún de reflexionar en conjunto con otros, es decir de constituirse como práctica colectiva y  de la acción social. En otras palabras, la  transformación social le sería ajena, lo cual es otra manera de decir  que no podría erigirse como sujeto social. Un colectivo con conciencia de ser tal,  otorgándole sentido y significado al multiverso, a sus identidades,  culturas, memorias, contradicciones, conflictos, y resistencias. Y al de todas  las estructuras sociales que lo configuran y que, a su vez, este las traza a ellas. Está siempre en movimiento, se despliega dialécticamente, por eso no es ahistórico, está dentro de la historia, es parte de ella. El sujeto social es político y, por ende, está indisolublemente anclado al poder y al contra-poder, a los relatos dominantes y a los relatos alternativos. Es esencialmente crítico, cuestionándose y, simultáneamente interpelando al poder en general y a los que detentan el poder en particular. El sujeto social puede ser peligroso por tanto desde siempre se le intenta dejar fuera de la historia.

La historia no es para él, no tiene la facultad para pensarla, dibujarla, forjarla, fraguarla como los alquimistas antiguos desde un opaco metal  a un fulgente oro. Esculpirla en una historia para todos, una especie de útero prodigioso que dará vastos frutos, distribuyendo inimaginables riquezas que construirán el futuro y el seguro Progreso. Estas fueron y siguen siendo las promesas de la Modernidad. Y también de la Ilustración, porque el hombre moderno impondría la razón por sobre  los mitos y la irreflexividad. El hombre ilustrado arrasaría con el reino de las tinieblas que aterraban a los pueblos antiguos que no podían comprender a las fuerzas de la naturaleza,  refugiándose en dioses de ojos azules y cabelleras doradas, porque europeos eran. Así dominó a la naturaleza, a los dioses y a los demonios. Pero poco duraron las luces que supuestamente habían penetrado la oscuridad de la Edad Media. El Iluminismo encandiló de tal modo al hombre que no pudo, o no quiso,  ver que la razón instrumental –aquella maldita costumbre de creer que pensar para servirnos de la naturaleza, del trabajo, del  ser humano y de la propia razón– era la nueva forma de Ser del hombre moderno.

Así la dominación dominó al hombre y jamás se recuperó, entonces  nunca llegó el Progreso para todos, ni la riqueza para todos. La Ilustración dejó de ilustrar, el Iluminismo cesó de iluminar para dar paso a la explotación de los trabajadores, a la violencia para someter a las mujeres, los niños, los pueblos originarios; a continentes enteros a través de colonialismo. La racionalidad humana se vistió de fascismo, apareció la muerte con sus ojos de escarcha para reírse en nuestras caras: ¡No he muerto dijo la muerte! Mi guadaña ahora resguarda campos de concentración, sonrió como lo hace la muerte, o sea sin hacerlo porque no sabe cómo. Como el capitalismo que tampoco sabe cómo hacerlo ni le importa cómo, puesto que su objetivo no es la risa, sino que más bien la utilidad económica y  para ello no existe contemplación con nada ni nadie. Ni ser humano ni naturaleza. Claro, es la razón instrumental que jamás se recuperó, que dominó al hombre ilustrado, pero las clases dominantes emergieron –desde ese hombre abstracto devorado por la razón– como los hombres concretos que dominaron a otros hombres concretos en todos los ámbitos de la vida social. La economía, la ciencia, la cultura y, por supuesto, la política. Y la burguesía formó el Estado-Nación para organizar su violencia y dominación. Lo mismo, eventualmente, sucedió en América Latina.

El Estado-Nación en Chile: El mito de la democracia y la cuádruple T

Uninacional y unicultural fue el Estado construido en nuestro país, el cual surgió y se consolidó negando a los pueblos originarios, a los trabajadores, campesinos, mujeres, a todo lo que pudiera alterar el orden establecido. El Estado nació mediante la violencia, sustentándose del mismo modo a través del tiempo para administrar las contradicciones sociales. Es el hombre ilustrado perdido en su propia razón,  que retornó al mito, a las sombras, a la barbarie. La ocupación militar del territorio mapuche y su violenta usurpación, así como las posteriores matanzas de obreros, campesinos y mapuche se convirtieron en política de Estado en todos los gobiernos, excepto bajo el gobierno de la Unidad Popular. La Dictadura cívico-militar no es un paréntesis en la historia política de Chile, sino componente integral de un continuum de dominación. La democracia es un mito, nunca ha existido, aunque claro, tampoco han sido ostensibles y masivos los asesinatos, las torturas, las masacres y las desapariciones. Las clases dominantes sólo matan cuando tienen que matar, de lo contrario racionan la violencia, la cuidan, la esconden. No la necesitan abiertamente mientras puedan seguir explotando al pueblo y generando riqueza. Su objetivo no es provocar la muerte, sino que el control social, dejar al sujeto fuera de la historia, que no adquiera conciencia de un posible rol político como transformador de la sociedad. La acción colectiva convertida en contra-poder debe ser erradicada y, si bien es cierto que ni el temor, el terror ni  la muerte son  los objetivos últimos de la aplicación de la violencia cubierta o encubierta, si son eficaces para intentar controlar al pueblo. En el primero caso, la violenta encubierta en condiciones de aparente democracia y relativa estabilidad política, el temor a la pobreza, a la pérdida del trabajo en condiciones de precariedad laboral, de tercerización, desempleo, trabajo informal,  endeudamiento, discriminación. En el segundo de los casos, el miedo a la tortura, al abuso, al asesinato, al secuestro,  la desaparición. En cualesquiera de los casos el Estado se ha interrelacionado con la clase económica para instaurar y reproducir el sistema capitalista y, más específicamente desde la década del setenta, el modelo neoliberal. Modelo multidimensional, o sea no solamente económico, sino que también cultural, ideológico, educacional, político. Y un segmento significativo de esa mayoría, consciente o inconscientemente se consumió en el consumo, en el individualismo, el egoísmo y la insolidaridad, siendo funcional al neoliberalismo que promovía una cultura aspiracional. Para algunos pocos el ascenso social real, para otros,  mejores condiciones de vida material –casa propia, automóviles, electrodomésticos– vía endeudamiento. En otras palabras, pobres a plazo. Mientras los ricos de verdad, a costa de los pobres de verdad y de los pobres a plazo, continuaban acumulando riquezas.

Fue desde un comienzo un entramado siniestro destinado a destruir la vida de la mayoría para posibilitar la concentración obscena de una minoría. Durante la dictadura desaparecieron los desaparecidos en las profundidades de un bosque terrible que ni siquiera podemos imaginar. Los asesinaron para defender a  la democracia en peligro, eliminar al enemigo interno, a los terroristas y garantizar el orden público. No fue un discurso de metáforas o símbolos, sino que una práctica concreta. Bajo los gobiernos post dictatoriales: de la Concertación, Derecha y Nueva Mayoría, se mantuvo el discurso y las acciones del Orden Público con el sistemático disciplinamiento de los movimientos sociales, siendo particularmente violenta la represión contra el pueblo mapuche. El mito de la democracia se perpetuaba. ¿Cómo era esto posible si se había terminado la dictadura? Porque la clase política –la derecha y aquellos que conformarían la Concertación– con la anuencia de Estados Unidos, de los militares, y, por supuesto, de los grandes grupos económicos, pactaron un proceso transicional que dejó incólume al sistema capitalista y al modelo neoliberal. La dictadura se había metamorfoseado en democradura. La Transición era una Transacción y una Traición de la clase política. La triple T que enterraba bajo toneladas de tierra, otra T, la lucha de miles de chilenos y chilenas contra la dictadura y por la democracia. 17 años canjeados cupularmente por 4 T, una simple operación matemática sin que casi nadie se percatara.

En  momentos en que el combate multitudinario contra la dictadura cívico-militar se desplegaba masivamente, configurando una coyuntura política propicia para –quizás– lograr una salida distinta a lo que efectivamente sucedió, la clase política llevó a cabo la primera gran traición de las últimas tres décadas. Así, la cuádruple T pasó a ser la llave perfecta para abrir y cerrar una nueva forma de Democracia: la Democracia en la medida de lo posible. La otra cara de la moneda era y es la Dignidad posible. Claro porque no puede haber ni democracia ni justicia en la medida de lo posible. O hay o no hay. Punto. No existe igualdad o distribución de la riqueza en la medida de lo posible. O existe o no existe. Punto. No puede haber participación política en la medida de la posible. O la hay o no la hay. Punto. Todo lo demás es lírica, quizás ininteligibles parábolas, pájaros negros que surcan la cordillera en bandadas negras ocultando la esencia de un sistema perverso. Nuevamente se arrebataba al pueblo el derecho a ser el artesano de su historia.

El Estallido Social y la Segunda gran Traición de la Clase Política

Pareciera, aunque uno no desee reconocerlo, que existiera un vínculo indisoluble entre historia, vida y muerte, no sólo en el evidente ámbito personal, sino que en tanto sujeto colectivo y en horizonte transformador. Además, no deja de ser interesante un aserto de Marx de que la clase política dominante, sin saberlo seguramente pues dificulto que alguna vez hayan leído a Marx, a pesar de denostarlo permanentemente en su abisal ignorancia, lo ha convertido en praxis política. Lo relevante es que Marx señaló que los hombres hacen su propia historia pero no la hacen como  quisieran. La edifican bajo ciertas circunstancias determinadas históricamente. En otras palabras, éstas son heredadas del pasado. Entonces, la elite chilena podría argumentar, aludiendo a su Acuerdo con la dictadura, que al transar con ésta no hizo nada más que construir la historia acorde a las limitadas condiciones de las cuales disponía en ese singular momento. No fue transacción, sino que pragmatismo, después de todo eso es la política. Los asesinados, los desaparecidos, las mujeres violadas, los torturados, los presos políticos, los exiliados no importaron ni importan porque el pragmatismo ha excluido a la ética de su gramática.  Pero  la clase política, satisfecha con el mercado de sus sueños y riquezas, no leyó que Marx también decía que la tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla en el cerebro de los vivos. Y vaya que hay muertos en el pasado de los trabajadores chilenos. Sólo en el siglo XX millares de asesinados en decenas de matanzas: Huelga Portuaria Valparaíso  (1903); Huelga de Ferrocarriles de Antofagasta(1906); Escuela Santa María de Iquique (1907); Federación Obrera de Magallanes, Punta Arenas (1920); La Coruña, Tarapacá (1925); Ranquil (1934); Población José María Caro(1962); El Salvador (1966); Puerto Montt (1969); Laja (1973);  Pisagua (1973); Lonquen (1973); Operación Albania (1987).

No son todas, desafortunadamente, mas lo primordial es que, precisamente por esta tradición de violencia política engastada en Chile desde la génesis del Estado-nación, el pueblo es consciente de lo  complejo que es  conformarse como sujeto social y, menos aún como sujeto histórico. No puede hacer la historia fácilmente porque los muertos le pesan como una pesadilla, pero lo que no comprende la clase política dominante es que aquellos muertos lo son porque antes se sublevaron, se atrevieron a enfrentar sus propios miedos. Eso es Dignidad. Por su parte, aquellos que transaron con la dictadura fueron incapaces de vencer sus temores y prefirieron claudicar. Se rindieron vergonzosamente; no fue pragmatismo, sino cobardía, cualquier otro argumento es pura justificación literaria que tendrán que algún día ir a recitarla a la tumba de los asesinados donde sea que se encuentren. O a sus familiares que aún esperan y esperan y esperan, mientras la Clase Política se traslada impúdicamente entre gobiernos, parlamentos y directorios de empresas privadas. Tal vez no todos son iguales, quizás a varios los guíen principios y valores salvíficos. Creen en el bien común, aunque nadie sepa bien en que consiste este. O a lo mejor sí. En Chile el común de la gente gana un sueldo promedio de 481 mil pesos; las Pensiones promedio ascienden a 157 mil pesos; el 50% de los hogares de menores ingresos accede al 2,1% de la riqueza del país mientras que el 10% más rico se queda con el 66,5%. Además, 140 personas  en Chile concentran una  fortuna mayor a 100 millones de dólares. ¿Quiénes son los más ricos? Julio Ponce Lerou con 3.800 millones de dólares;  Horst Paulmann,  3.000 millones de dólares y, por supuesto, el presidente  Sebastián Piñera con una fortuna de 2.800 millones de dólares.

El bien común no es tan común después de todo. Por consiguiente, no debería haber sido sorpresa que un 18 de octubre de 2019 el Milagro neoliberal chileno saltara en mil pedazos. Pero lo fue, porque las AFP, las ISAPRES, los Bancos, las Financieras, las Empresas Sanitarias, las Multitiendas, las Mineras, Las Empresas Forestales, las Mineras, las Universidades Privadas y Colegios Particulares, las Pesqueras, estaban tan ensimismados acumulando el dinero de su explotación, que no avizoraron lo inevitable. Tampoco lo advirtió  la Clase Política, parte del entramado institucional legitimador del sistema,  ni la mayoría de las diversas y minúsculas organizaciones de izquierda que disgregadas por el país se perdían en los márgenes de la política en interminables discusiones para decidir quién dirigiría la revolución que nunca llegó. Los sindicatos anquilosados en el formalismo de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, sencillamente no se enteraron.

Nada de eso importó cuando Chile despertó de golpe. Como jamás había despertado antes, dicen los antiguos que siempre dicen saber más que nadie, pero que saben tanto que al final no hacen nada. Y ahí aparecen los jóvenes que a veces conocen menos –no siempre– pero  saltan torniquetes, derriban puertas, ventanas, estatuas, bancas, y por sobre todo mitos. Iconoclastas son, por eso el Estallido fue un volcán en erupción tan potente que sus lenguas de fuego encendieron el Wenu Mapu que, como ya sostuvimos, es igual a la Tierra de abajo, pero no es la Tierra wingka. Y no es el cielo de Dios, sino que otra dimensión cósmica, por eso si Dios existiera todo daría igual. Lo que no da igual es que todos somos polvo de estrellas y que ese día a todos nos llegó algo de esa garúa estelar. Se nos aceleró el corazón. No lo podíamos creer, los dueños del país menos aún. El gobierno desconcertado y aterrado, la policía sobrepasada. El Estallido expresado en un primer momento en barricadas, movilizaciones masivas, autodefensa, enfrentamientos, copamientos territoriales, recuperaciones, saqueos. Era la memoria en movimiento, la naturaleza en movimiento, la cultura en movimiento. Porque nada surge de un vació histórico sino que se expresaban formas de lucha, patrones de acción social transmitidos o culturalmente aprendidos,  pero también modos nuevos de acción colectiva que estremecerían el universo del Estallido, ahora convertido en Movimiento. Así emergieron la Primera Línea, y la Segunda y la Tercera y la Cuarta y las Redes Sociales que es otra Línea, tan fundamental como las demás. El polvo de Estrellas tocó a millones en un movimiento transversal, plural y popular que removió con sus demandas a un modelo expoliador, abusivo y despreciable, porque esa es su esencia. En la extraordinaria historia de la humanidad existió otro polvo, el polvo de momia. Se pensaba que sanaba dolencias varias. Quizás los empresarios y el gobierno lo buscaron en los arcones de sus mansiones para curar las fisuras del modelo que pensaban se les desmoronaba.

Mientras tanto sacaron a la calle a la policía y a las Fuerzas Armadas. A matar, torturar, violar, abusar y mutilar manifestantes salieron, como lo han hecho siempre. El Milagro chileno había que protegerlo ¿Pero no son los milagros producto de fuerzas divinas? ¿Por qué lo hacían las fuerzas terrenales? Es que el consabido Milagro, el de la pobreza de verdad y a plazos, no remite a lo celestial, sino que a un modelo diseñado para destruir al ser humano y a la naturaleza en el proceso de acumulación de riqueza a toda costa. Y cuando ese ser humano deshumanizado, privado de su Dignidad, resolvió por fin sublevarse, el golpe al sistema fue demoledor, pero también lo fue la respuesta de éste último. Es que el Estallido no debía constituirse en movimiento ni el movimiento en sujeto social con la capacidad de alterar la historia. Pero el pueblo en la calle ya no le teme ni a los militares ni a los carabineros. Es demasiada la rabia, creciendo día a noche, por lo demás,  con la cruel violencia policial. Psicopatía absoluta, total e irreversible, vestida de uniforme, ordenada desde el gobierno. Así cuando el Toque de queda quedaba en el olvido porque el movimiento social se tomó igualmente los territorios, las casas, las ventanas, los techos, los callejones, las poblaciones, los cerros, con sus cánticos, caceroleos, barricadas, temblaron el gobierno, la clase política. Y las Fuerzas Armadas.

Las Fuerzan Armadas amenazaron al gobierno, dicen. El gobierno amenazó a la clase política  –de la cual son parte–, dicen. La Derecha y la Nueva Mayoría amenazaron al Frente Amplio que dudaba,  dicen. Este se amenazó a sí mismo, dicen. Nadie pregunto nada al movimiento social, eso no lo dicen. Eso es así. La clase política arrogándose la representatividad de aquel pueblo que en las calles les gritaba que los repudiaba, que no les creía, negociaba con un gobierno totalmente deslegitimado. Los unos y los otros administradores de una Constitución garantizadora de un modelo económico y social contra el cual millones de chilenos y chilenas se habían soliviantado. En otras palabras, no representaban a nadie. Menos aún tenían el derecho a hablar por los miles de detenidos, torturados, los asesinados y más de 450 jóvenes a quienes la policía por órdenes del gobierno les había quitado sus ojos.

El Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución fue el triunfo de la violencia estructural, de la violencia política institucional. De la democracia en la medida de lo posible, porque la derecha es democrática hasta que le toca perder. Entonces recurre a la violencia extrema o a la coerción abierta en este caso contra otros componentes de la clase política con los cuales pudieran transar para desarticular al movimiento social y restablecer el orden social que, en definitiva, es crucial para el funcionamiento y reproducción del sistema capitalista. Aquí operó claramente la máxima portaliana, tantas veces evocada: El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche. Aludiendo a la supuesta inteligencia de las elites, a la gravitación de la institucionalidad y, especialmente, a la tendencia de las masas a la pasividad. Pasividad radicalmente quebrantada por el Estadillo y conformación del posterior movimiento social, no obstante –al cobijo de aquel peso de la noche, que no es otra cosa que la sistemática dominación ideológica, cultural y política de las “masas” – la clase política resolvió restablecer el orden social. Los partidos políticos salvaron  al gobierno de un casi seguro colapso político, al modelo económico de una reestructuración significativa y al sistema político al conceder el no realizar una Asamblea Constituyente que es una de las principales demandas sociales.  Se mantiene el mismo gobierno,  se sigue reprimiendo, adicionándose  nuevas Leyes diseñadas para dicho efecto. Un Acuerdo por la Paz, cuando nunca hubo Guerra, es decir la clase política aceptó que en Chile existieron dos partes beligerantes, dos bandos armados enfrentados.  Aceptó la definición de enemigo interno que hizo el presidente Piñera quien declaró estar en guerra contra un enemigo poderoso. Exactamente lo mismo que hizo la dictadura cívico militar. La clase política transó con la dictadura para salvar al modelo neoliberal hace 30 años. Hoy hizo algo análogo. Pragmatismo argumentan los sabios políticos que sorben café y votan desde la cama tomando vino. Cobardía dicen en la calle donde se han jugado la vida gritando dignidad. Es la segunda gran traición de la clase política que contribuyó a desorientar al movimiento social,  debilitarlo, confundirlo, dividirlo. Traición, Transacción, Transición desde lo que consideran inestabilidad societal hacia el orden público primero –violencia y control social– y orden social permanente después. La triple T que enterraba con tierra –la cuarta T–  los sueños, las demandas de todo un pueblo que había dicho Basta. Chile había despertado abriendo la puerta de la esperanza y la cuádruple T una vez más la cerraba. Se trataba de impedir la constitución de un sujeto, dejándolo fuera de la historia.

¿Historia iterada hasta el final de los tiempos?

Hasta que la muerte nos separe, hasta que la riqueza se agote, hasta que los espejos reflejen inclusive el último de los huesos gastados. O sea hasta siempre, quedará fuera todo aquel que ose deslizarse en el horizonte de la historia. El Acuerdo por la Paz, sellado por la cuádruple T, llave de acero forjada en medio de las tinieblas, sin participación de los chilenos y chilenas, fue un feroz golpe al movimiento social. Este último sin duda era heterogéneo –todos los movimientos lo son– con una miríada de reivindicaciones y demandas muy diversas las cuales no conformaban un proyecto político sólido. La interrogante que emerge inmediatamente: ¿Por qué tendría que existir alguno? ¿No estamos –el tiempo presente es explícitamente utilizado, pues el movimiento se halla aun en movimiento– ante un fenómeno inédito en la historia política reciente chilena? Se perciben, observan e intuyen embriones de otras formas de hacer política que, por cierto, se han desplegado en otros periodos, pero otras no. El apartidismo, la participación masiva de personas que jamás lo habían hecho, la combatividad de la Primera Línea y de todos y todas los que se enfrentaron a la policía en las calles y en los territorios de todo el país. Un repertorio de acciones donde cada cual tiene cabida acorde a sus posibilidades, ya sea caceroleando, marchando, realizando difusión en las redes sociales, registrando audiovisualmente lo que sucede diariamente. Colaborando activamente en las Brigadas de Salud o como observadores de derechos humanos. La construcción de identidad y sentido en torno a la idea central de “Hasta que la Dignidad se haga Costumbre” y “¿Con todo, Sino Pa’Qué?”

Un movimiento diferente que no sabíamos que curso podía emprender. No tenía, no tiene, Proyecto Político, quizás ¿Requiere uno? Los partidos políticos y las organizaciones sociales tradicionales exigen uno, pero las cúpulas partidarias han estado en el poder por más de 30 años con proyectos y programas que nadie conoce y Chile es uno de los países más desiguales del mundo. Aunque para ser más precisos, sí tienen uno: preservar el modelo neoliberal y el sistema capitalista. Para lograrlo deben, concurrentemente, exorcizar al individuo crítico, al colectivo crítico y, particularmente, a la memoria histórica. Esa memoria que nunca muere, que se incrusta a la piel, a la calavera, al pensamiento para agitar la conciencia de tiempo en tiempo. Ahí es cuando se desvía el carrusel de la historia para cristalizarse en revolución o, quien sabe, en Estallido social. Entonces la muerte, que hasta ese momento solamente aparecía de vez en cuando con su reguero de matanzas y represiones, pierde la calma. La violencia sistémica la exhuma para encarrilar nuevamente al carrusel para que este prosiga girando en una sola dirección: en círculos y más círculos. Pareciera que así se repitiera la historia, no hay caso, no tiene sentido alzarse contra el océano imparable que la impulsa. Mejor callarse 30 años más, total es la fatalidad de la historia, la circularidad del carrusel. El maldito peso de la noche.

Pero lo que no entiende la clase política es que en las profundidades de la memoria, de la furia, de las heridas, del hambre, de las injusticias, del abuso, de la discriminación, de las lágrimas nocturnas, de las incertezas, de la infelicidad, se halla el Guasón. Sí, en cada uno de los que salieron a las calles desde Octubre se encuentra ese ser de atormentada ternura que enfrentó  sus fantasmas para vengarse de un sistema que todo se lo negó. Probablemente pocos llegarán al extremo heroico del Guasón, pero su épica que movilizó a toda una ciudad indignada con políticos corruptos e indolentes, posiblemente espantó a la cúpula dominante chilena. Es que miles de Guasones pueden cambiar la historia; el Estallido social convertido en movimiento puede todavía ser parte de la historia, pues sigue vivo aunque haya sido golpeado por el Acuerdo por la Paz y la Pandemia.

La repetición de la historia es evitable, aunque no se sepa ni cómo ni cuándo. Lo importante es que el movimiento se sigue moviendo.

*Sociólogo, Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado; Master en Política Latinoamericana, University of Essex, Inglaterra.

Revista Historia en Movimiento,  Año 5, Número 5, Julio 2020, De la revuelta de octubre a la rebelión popular. Ensayos de interpretación.

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Porteño, wanderino, Dr. en sociología por casualidad, escribidor de libros, articulos y cuentos que pocos leen.

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